Las palabras que construyen civilizaciones: el desafío de rescatar el lenguaje y el pensamiento (2)

Las palabras que construyen civilizaciones: el desafío de rescatar el lenguaje y el pensamiento
Autor: Lic. Cesáreo González
El lenguaje es más que un medio de comunicación: es el reflejo de nuestra identidad, nuestra historia y nuestra capacidad de pensamiento. A lo largo de los siglos, las sociedades han enriquecido su vocabulario con términos provenientes de la filosofía, la literatura y la ciencia, elevando el nivel intelectual y cultural de los pueblos. Hablar con propiedad era sinónimo de prestigio, y el dominio del idioma, una herramienta de progreso.
Sin embargo, en la actualidad, asistimos a un preocupante empobrecimiento del lenguaje, impulsado por la inmediatez de las redes sociales, la cultura del entretenimiento superficial y la falta de valoración del conocimiento formal. Palabras que antes eran pilares del pensamiento crítico, como "paradigma", "axioma", "estructura del pensamiento", han sido desplazadas por expresiones simplificadas como "random", "cringe", "mood", o incluso por vulgaridades que, lejos de enriquecer el discurso, lo reducen a lo más básico.
El lenguaje como herramienta de poder
El filósofo Pierre Bourdieu, en Ce que parler veut dire (Fayard, 1982), explicó que el lenguaje no es solo un medio de expresión, sino un instrumento de poder simbólico. Quien domina el lenguaje, domina también el mundo de las ideas. Cuando se pierde ese dominio, se pierde la capacidad de resistencia cultural.
George Steiner, en Lenguaje y silencio (Fondo de Cultura Económica, 1990), advertía que la banalización del lenguaje conlleva una disminución de la capacidad para pensar y sentir profundamente. Byung-Chul Han, en Psicopolítica(Herder, 2014), señala que el sujeto neoliberal ya no está dominado por una autoridad externa, sino que se explota a sí mismo en nombre de la libertad, afectando incluso su forma de hablar y pensar.
La crisis del lenguaje y su impacto en la sociedad
El empobrecimiento del lenguaje no es solo un problema académico, sino un fenómeno que afecta la identidad de las naciones. Martha Nussbaum, en Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades (Katz Editores, 2010), advierte que la educación centrada exclusivamente en el rendimiento económico deja de lado las capacidades críticas, la empatía y el pensamiento reflexivo.
Desde el punto de vista sociológico, hablar mal también configura mentalidades. Ludwig Wittgenstein afirmaba: "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Si solo podemos nombrar lo banal, seremos incapaces de pensar lo elevado. En consecuencia, reproducimos una cultura del mínimo esfuerzo, del facilismo verbal y de la inmediatez superficial.
El lenguaje como marca país
Una nación que normaliza el habla vulgar y de baja calidad transmite al mundo una imagen de mediocridad cultural. Las marcas país se construyen también con la estética del lenguaje. El turismo cultural, la diplomacia, el comercio internacional y la industria creativa requieren una expresión refinada, articulada y coherente. Si lo que proyectamos es un habla tomada del bajo mundo, pobre en matices y desprovista de elegancia, perdemos competitividad simbólica.
El desafío de recuperar el lenguaje
Es cierto que la lengua evoluciona y se adapta, pero esta adaptación no debe significar retroceso. La democratización del lenguaje no puede justificar la renuncia al uso correcto, bello y potente del idioma. No se trata de excluir a quienes no han tenido acceso a la educación formal, sino de proteger la riqueza lingüística de una nación, de impedir que lo mediocre reemplace lo excelente.
Los pensadores, filósofos, docentes y comunicadores tienen el deber urgente de proponer y practicar nuevas palabras que recuperen el valor del pensamiento profundo. Ya "paradigma" está gastada, ¿cuáles serán los nuevos términos que necesitamos? Quizá "ecolectura" para referirnos a la lectura sostenible del mundo; "interser", del pensamiento budista, para hablar de la interconexión profunda entre los seres; o "sinteligencia", combinando sensibilidad y pensamiento crítico. Necesitamos palabras que eleven, no que rebajen.
Conclusión: el lenguaje como pilar de la civilización
Finalmente, debemos rechazar la imposición cultural de quienes no estudian, no porque no tengan valor como personas, sino porque no puede ser que lo más bajo en formación sea la referencia para el lenguaje de una sociedad entera. ¿Queremos una identidad nacional basada en la riqueza del idioma o en la pobreza de vocabulario? Esa es la pregunta que toda comunidad consciente debe hacerse.
Es tiempo de recuperar el orgullo por el lenguaje elevado, por el pensamiento profundo y por la expresión precisa. Porque en cada palabra que elegimos, está en juego el nivel de nuestra civilización.
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